Vivo en un país extraño. Bueno, de hecho, creo que este planeta es extraño en cuanto a las tradiciones y fiestas se refiere. Lo que en un lugar es sagrado, en otro es un suculento manjar. Lo que en un lugar está bien visto, en otro se convierte en una vulgaridad.
En estos días, días de relax, vacaciones y fiestas en numerosos pueblos de España, salen a la luz diferentes tradiciones, maneras de celebrar las fiestas populares.
Yo debo haber nacido en otra galaxia, porque la mayoría de ellas las encuentro burdas, primitivas y crueles.
Las relacionadas con el mundo del toro, prefiero ni mencionarlas. Que ese tema da para un post y todo un libro, si me apurais. Pero no las entiendo ni las comparto. Ya no me refiero sólo a las corridas de toros, si no a esas que enganchan bolas de fuego en las astas, esas que lanzan al pobre bicho al campo y allí lo acribillan a pinchazos con lanzas, esas que cuelgan la carne de un toro en plena plaza, como trofeo y toda una banda se dedica a tocarle saetas (como si el pobre animalito, una vez muerto, cortado y despojado de su piel fuese capaz de apreciar la buena música...)
Pero hay otras fiestas, tipo La Tomatina de Buñol (Valencia) que me despiertan indignación. No entiendo cómo en un país en crisis, en un planeta donde la mitad Sur se muere de hambre, puedan tirarse más de 110 toneladas de tomates. Todos maduritos, recolectados para la ocasión, y esperando ser lanzados, apretujados en las manos como aconseja la ordenanza para pasar a posteriori por la rejilla de la cloaca....
Puede parecer demagogia, pero yo cojía toda esa cantidad de comida, la envasaba al vacío y se la daba a las miles de millones de familias de todo el mundo que pasa hambre. Que de tomate no vive el hombre, ya lo sé, pero de imbecilidades como esta fiesta tampoco. Lo siento, en mi casa me enseñaron que "con la comida no se juega". ¡Y punto!
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