martes, 19 de octubre de 2010

EL RUIDO


Nos lo avisaron ayer; de todas maneras es inevitable. Las lluvias hacen que se inunden los laboratorios y están llenos de equipos demasiado costosos como para echarlos a perder. Además el matrimonio agua y corriente eléctrica nunca se llevaron bien, así que la integridad física de los investigadores está en peligro. Empiezan las obras para encontrar por dónde entra el agua al módulo donde se aloja el instituto donde trabajo.

Avisa a todos los compañeros, me anunció el jefe de mantenimiento. El ruido y la vibración puede afectar al trabajo de los investigadores.

Pues eso seguro, pero a mí también. Empiezan puntuales, 8:30h la máquina empieza a cavar la zanja salvadora de nuestra filtración de agua. El ruido se cuela por las paredes. No valen ventanas cerradas. No vale hacer ver que no pasa nada. Penetra hasta mis oidos, pasa por el conducto auditivo externo, llama a la puerta del tímpano y pasa sin esperar permiso, deja al Sr Martillo y a su amigo el Sr Yunque sin palabras y sin saludar al Sr Estribo, se cuela hasta la trompa de Eustaquio. De ahi, al oído interno sólo hay un paso. ¡Qué maleducado este ruido! ¡Nadie le dió permiso y ahí está, martilleando mi cabeza! Así no hay quien trabaje, bueno de hecho no hay quien viva. Entiendo tanto a la gente que se queja del ruido... de los botellones a la puerta de su casa, de tener la N-II entre su fachada y nuestro lindo mar, de las obras en la calle a las 8 de la mañana, del claxon de los impacientes, del paso del tren que hace hasta vibrar los cristales de sus dormitorios, de la gente que por hablar más alto creen que se les entiende mejor.... El silencio es buen compañero, y cuando debe "violarse" ese estado de paz, debería hacerse con un susurro o en todo caso, puestos a hacer ruido, con una buena y sonora carcajada. ¡¡¡¡¡Pero nada de martillos!!!!!!

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